jueves, julio 26

Debe. No es una intención, es una necesidad. La infructuosa apatía del acto parece consternar al carácter libertino que posee. Tomar. A raíz de la partida de la seguridad que no fue más que una disolución de la niebla entre las escaramuzas de un exterior ya liviano cuando la mente toma luz. Forma. La silueta difusa de la imagen apagada en los labios de la voz, no gritando sino callando; guardando no silencio, sino grito.
Debe tomar forma. He ahí el dilema de la posibilidad que concibe la personificación, el trazo de la razón.
Máscaras, máscaras.
Todo son terribles recordatorios de la pasajera sostenibilidad de la emoción. Todo es preciso y conjetura desquebrajada. Todo es un fin, un fin incondicional. La condición de la decisión que nunca se cumple, el miedo a la autonomía.
El terror de los cuadros, del tacto, de la explosión. La implacable derrota, el destrozo.
Yace en el suelo, descubre la opacidad que no se reconoce y luego nada. Siempre nada. Siempre.
Cuando la vida es desproporcionada, y cuando nuestra sensación de desesperación roza el nivel de las canciones, cuando todo es huida en el menos estricto sentido del término, cuando la vida es realmente adjetivización, cuando la melodía es un tintineo desorbitado, se vuelve tenaz la noche, la noche, que se vuelve tenaz.
¿Sabe usted qué es la noche?